Leah comprendió de inmediato lo que todos pensaban: que ella estaba fuera de lugar, intentando ocupar el sitio de Dulce. Nadie sabía que su matrimonio con Kevin también había sido impuesto, un secreto que la mantenía atrapada entre la incomodidad y la culpa.
Avanzó hacia su esposo, mientras Gabo lo miraba con una hostilidad apenas contenida. Entre ambos se extendía un silencio peligroso, como un hilo a punto de romperse.
—Creo que no fue buena idea que yo viniera —susurró Leah, incómoda.
Kevin no respondió. Sus ojos seguían fijos en Gabo, el aire se cargaba de tensión.
—Me conoces, Gabo —dijo finalmente con una voz grave y controlada—. Mis asuntos personales los manejo yo. Nadie tiene derecho a juzgar mis decisiones.
—¿Así que la llevaste a la cama y luego ella dijo estar embarazada? —bufó Gabo, provocador—. Típico truco de una mujer barata. No entiendo cómo pudiste caer, Kevin.
—Cállate, Gabo. —Leonel apareció de pronto, interrumpiendo la discusión. Su tono era firme, pero sab