—Nos veremos cuando estén de regreso en la ciudad —dijo el padre de Leah con una sonrisa diplomática—. Tenemos algunos tratos pendientes, Kevin.
—Por supuesto —respondió el hombre, aunque su tono revelaba que lo último que deseaba era prolongar la conversación. Solo quería que sus suegros y su abuela abandonaran la villa cuanto antes.
—Mi niño… —Isabel se acercó a su nieto con afecto, mientras Leah despedía a sus padres.
—Abuela, ni siquiera pienses que voy a pasar por alto lo que acabas de hacer —advirtió Kevin, cruzando los brazos mostrando un poco de molestia.
—¿Perdón? —Isabel fingió inocencia, con esa sonrisa que lo sacaba de quicio.
—No te hagas la tonta. ¿Qué tenía el té que me ofreciste?
—Absolutamente nada —replicó ella, bajando la mirada con fingida humildad.
Kevin suspiró y decidió dejarlo pasar. —Te veré a mi regreso, abuela. Y, por favor, no hagas nada estúpido.
—No soy tan estúpida como tú —contestó la anciana con sorna. Aquello arrancó una leve sonrisa a Kevin,