Cuando Leah abrió los ojos, los primeros rayos del sol se filtraban entre las cortinas de la habitación. Se incorporó lentamente, y tras darse un baño, salió al balcón para contemplar la calma del día. El aire era fresco, el cielo, de un azul perfecto. Permaneció allí unos minutos, intentando despejar su mente, hasta que decidió bajar a desayunar.
No esperaba encontrarse con Kevin en el comedor. Apenas lo vio, su mente recordó los sonidos de la noche anterior: los gemidos, la voz de la mucama, el silencio posterior. Sacudió la cabeza enseguida, intentando borrar la escena. No era asunto suyo, se dijo.
Caminó hacia la mesa con paso firme. Kevin, al escuchar sus pasos, giró apenas la cabeza.
—Buenos días —saludó Leah con cortesía.
—Pensé que para ti ya sería buenas tardes —replicó él con tono seco. Era evidente que estaba dispuesto a discutir desde temprano. Leah se limitó a esbozar una mueca.
La ama de llaves entró al comedor, rompiendo la tensión.
—¿Café, señora?
—Sí, gracias —respond