—Voy en un momento —respondió Kevin, posando su intensa mirada azul sobre su esposa. Leah prefirió agachar la cabeza mientras preparaba el té, pero en cuanto el hombre dio el primer sorbo, su expresión cambió. Frunció el ceño, analizó el sabor con desconfianza y luego habló con voz grave.
—Leah, no lo bebas. La abuela ha hecho de las suyas otra vez. Ese té tiene un estimulante.
Apenas escuchó aquellas palabras, Leah soltó la taza que sostenía. El golpe seco del cerámico al romperse hizo eco en la habitación. Su rostro se tornó pálido y el temblor en su labio inferior la delataba.
—Perdón… ahora mismo lo limpio —murmuró con nerviosismo, buscando algo para recoger los pedazos.
Kevin, sin embargo, fue más rápido. En unos pasos estuvo frente a ella, su sombra cubriéndola por completo.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó con voz dura, la mandíbula tensa.
—Voy a limpiar… no quise romperla, solo me sorprendió lo que dijo de la abuela —respondió con un hilo de voz, sin atreverse