Leah se acomodó en el sillón del balcón, dejando que la brisa marina acariciara su rostro mientras observaba el horizonte. Desde allí, el mar se extendía majestuoso y sereno. Sonrió con suavidad, aunque sus pensamientos pronto la llevaron hacia Dulce y Verónica.
No comprendía por qué Verónica nunca había confesado sus sentimientos cuando tuvo la oportunidad. De Dulce, en cambio, sabía muy poco; apenas que había sido la esposa, en aquel entonces, del hombre que ahora era su esposo. Dulce Hill… una mujer hermosa, dulce y sin una pizca de malicia, de esas que destilan pura bondad.
Leah dejó escapar un suspiro profundo. Ella jamás quiso convertirse en la esposa de Kevin, pero ninguno de los dos tuvo otra opción más que casarse.
—Señora, ¿desea un poco de té o café? —preguntó con amabilidad la encargada de la cocina, haciéndola volver al presente.
—Café, por favor —respondió Leah con voz apacible.
—Por supuesto, señora. Y déjeme decirle que puede pedirme lo que necesite, señora Hill.