Cinco minutos después, Kevin recibe el collar. Sin decir palabra, se coloca frente a Leah, su presencia imponente llenando el espacio.
—Ya es hora de irnos —dijo con voz grave.
Leah asintió y lo siguió. Arturo caminaba tras ellos, en silencio. Durante el trayecto, Leah no pudo evitar pensar que el collar debía ser para Verónica. Kevin no había dudado ni un segundo en pagar treinta y cinco millones de dólares, una cifra que a ella le resultaba inconcebible.
Al llegar a la villa, Leah se disponía a subir las escaleras cuando la voz de su marido la detuvo, firme, autoritaria.
—Quieta. Ven aquí, Leah.
Ella frunció el ceño, agotada de discutir, pero no quería arruinar la noche. Se giró lentamente hacia él. Kevin la observaba con esa mezcla de dureza y control que la intimidaba, aunque sus facciones parecían más suaves de lo habitual.
—El collar es tuyo —dijo extendiendo la caja hacia ella.
Los ojos celestes de Leah se abrieron de par en par.
—Yo… no puedo aceptar algo así —susurró.