Después de la conversación con su madre, Leah se dirigió hacia otro sector de la villa.
—¿Puedo sentarme con usted? —preguntó con suavidad, acomodándose en el asiento junto a la abuela, que aún no había respondido. El día estaba agradable; Isabel leía un libro bajo la sombra de un árbol.
—Claro que sí, hija, no necesitas ni preguntar —dijo la anciana, dejando el libro a un lado y sonriendo con ternura—. ¿Cómo la estás pasando?
—Muy bien, abuela. Gracias por preguntar.
—Me lo imagino. Amanecer con Kevin es un honor para algunas y un sueño para todas —replicó Isabel con picardía. Leah sonrió levemente.
—Y no lo digo solo porque sea mi nieto —añadió la anciana, arqueando una ceja.
—Yo pensaba que precisamente por eso lo decía —respondió Leah, divertida. Siempre le resultaba fácil hablar con Isabel; la anciana irradiaba cariño genuino.
—Pues pensaste muy mal, querida —Isabel soltó una risa suave—. Esta misma tarde tus padres y yo nos iremos a las Islas del Caribe. Así que espero q