Al final todo el mundo termina rompiéndose.
El silencio del departamento era tan denso que parecía respirar por sí solo. Las cortinas estaban cerradas, impidiendo que la luz del mediodía entrara, y solo la tenue lámpara del pasillo iluminaba la habitación donde Verónica se encontraba arrodillada, con el cuerpo encorvado, temblando como si un frío invisible la devorara desde adentro.
Sus manos estaban enredadas en su propio cabello y las lágrimas corrían sin detenerse. No eran lágrimas de dolor… eran las lágrimas desgarradas de quien siente que ha apostado todo y ha perdido de la forma más humillante posible.
—¿Por qué…? —la voz de Verónica salió quebrada, un susurro ahogado que pronto explotó—. ¿Por qué nada valió la pena? ¡¿Por qué?! —gritó con toda la furia acumulada, golpeando el piso con sus puños.
El sonido seco resonó en la soledad del departamento.
Pero aquello no la calmó. Nada podía hacerlo.
Verónica se incorporó lentamente, caminó tambaleante hacia el espejo del dormitorio y contempló su propio reflejo: oj