Ámbar
Mientras dibujo, siento una patada en la barriga que me indica que ya es hora de comer algo. Aparto mi cuaderno y lo dejo sobre la mesita de noche que tengo a un lado. Pongo la mano para sentir los movimientos, que se asemejan a los de un pez dentro de mí. Por la zona en la que está, creo que se trata de Ada, que es más inquieta que su hermanito. Incluso en las ecografías, los distintos doctores que me han visto suelen bromear diciendo que mi hijo tendrá un trabajo de oficina, mientras que mi hija será futbolista o karateca.
—Ya, mi princesa —le digo para calmarla—. Ya vamos a almorzar.
Siento otro movimiento, pero más perezoso y suave. Debe ser Daniel, que se mueve cuando pienso en comida. Soltando una risita, les canto una canción breve e intento levantarme para ir a buscar a Ana a la cocina.
—Espera, espera, mi niña —dice ella, entrando con una bandeja—. Ya traje la comida, sé que es hora.
—Ay, Ana —me río—, eres puntual como un reloj.
Me vuelvo a recostar en l