Ámbar
A pesar de mis súplicas por piedad hacia Anastasia, David se negó rotundamente a permitir que se quedara y le dio media hora para que empacara. También acusó al resto de los empleados de haberme ayudado y les ordenó que empacaran sus pertenencias.
—Perdóname, Ana —le suplico mientras la ayudo a empacar—. Por mi culpa perdiste el trabajo, no tengo perdón.
Anastasia niega con la cabeza. Sus hermosos ojos están llenos de lágrimas y el labio inferior le tiembla.
—Lo que más me duele no es perder mi trabajo, ya que sé que puedo hacerlo en cualquier sitio. Lo que realmente me duele es tener que dejarte sola —me responde—. Por favor, mi niña, cuídate mucho. Yo trataré de seguir en contacto todo lo que pueda.
—Te quiero, Ana. Daría lo que fuera para que no te vayas. Eres la única que realmente me quiere.
Sin pedirle permiso, la abrazo. Aunque a ella nunca le ha gustado mucho el contacto físico con otras personas, siempre me ha aceptado sin problemas.
—Cuida al bebé, no te enfrentes más a