Kereem encendió el puro y dejó que el humo saliera de su boca cuando vio el amanecer frente a sus ojos. El cuerpo de Zahar yacía en la cama completamente dormida, y podía jurar que agotada.
Él mismo lo estaba.
Soltó el aire pensando en todo, pero en ninguno de sus pensamientos faltaba ella.
Habían estado juntos toda la bendita noche y madrugada, cada vez que se fundía en ella, pensaba que estaría satisfecho, pero volvía a estar sediento.
Asad le había avisado por el teléfono de la suite, que Emré había tratado de llegar a él, pero ahora mismo no quería a nadie a su alrededor.
Girándose y mirando su puro, lo supo. Él no podía dejarla ir… ni en un millón de años.
Esperó todo el tiempo, viéndola removerse, girarse de un lado a otro, hasta que poco a poco vio sus ojos abrirse. Y le mató verla estirarse y quejarse al mismo tiempo.
—Buenos días…
Zahar lo miraba como si se preguntara que estaba tramando, y se sentó en la cama diciendo lo primero que pensó.
—¿Tienes que irte? —Kereem le sonri