Zahar terminó de calzar sus sandalias cuando escuchó que la puerta de la suite, donde se encontraba, hizo clip.
Se apresuró a peinarse el cabello con los dedos y se miró al espejo.
Emré le había dicho que era bueno salir para que tomara aire, y aunque se negó la mayoría de las veces cuando insistió, le debía muchas. Ella miró sus brazos, apenas recuperándose, y varios moretones que tenía en el cuello.
Tomó un poco de perfume y gritó:
—¿Emré? ¿Eres tú? Ya casi estoy lista…
El maquillaje tapaba los rastros de rasguños en su rostro y decidió caminar a la salida de la habitación, tratando de forjar una sonrisa.
Realmente no quería ir a alguna parte, tenía el espíritu muy quebrantado, y unas ganas de llorar que no cesaban.
Los pies de Zahar se inmovilizaron cuando lo vio.
—¿Kereem? —sus ojos se abrieron y su garganta se le secó.
Era como si no pudiera moverse ante la impresión, y sobre todo parecía demasiado irreal. Riad estaba en una crisis increíble, aún había bombardeos, y la familia de