Zahar escuchó el teléfono de aquella suite a las once de la noche, y aunque estaba en el balcón con la piel helada, frunció el ceño y dejó caer la llamada. Sin embargo, quien estaba detrás, volvió a insistir.
Descalza caminó rumbo al teléfono en la mitad de la suite y se puso delante del aparato, para tomarlo y colocárselo en la oreja.
—¿Sí?
—Señorita Zahar… vuelva a alistar su maleta… mañana, a primera hora, la recogeremos en la suite…
Zahar frunció el ceño y abrió la boca.
—¿A dónde iré?
El silencio se prolongó por un momento, pero pronto ella lo escuchó:
—Irá con el Emir a Estados Unidos… —y aunque Zahar sintió que el corazón le latió en la misma boca, cuando ella soltó el aire, y los tonos de la llamada finalizada se mezclaron con sus nervios.
Ella pudo reconocer sus manos temblando y colgando el teléfono en la pared, y como no se movió por mucho tiempo.
Sintió cómo su cuerpo se puso recto, y su piel se encogió de solo pensarlo.
Y literalmente no durmió en toda la noche.
La llamad