El rugido del Aston Martin era un aullido desgarrado contra el silencio fúnebre del paisaje invernal. Gianni apretaba el volante hasta que los nudillos palidecían bajo la piel, sintiendo la vibración del motor como un latido rabioso que resonaba en sus propias entrañas.
La nieve borrosa a los lados de la carretera era un manto indistinto, un espejo de la niebla que nublaba su mente. Pisaba el acelerador a fondo, desafiando curvas, hielo, la lógica misma. La velocidad era una promesa de olvido, una ilusión de fuga del monstruo que llevaba dentro y de los fantasmas que lo acosaban.
Pero los fantasmas eran más veloces. Se colaban por las rendijas de su control.
El crujido de madera vieja. El polvo que le hacía cosquillas en la nariz dentro del armario oscuro. La rendija estrecha era su único ojo al infierno. Allí afuera, su padre, una sombra borracha y torcida, arrastraba a su madre por el pelo. Los gritos de Giorgia, agudos, animalescos, mezclados con maldiciones guturales.
"¡Dónde está