El aire exterior golpeó a Gianni como una bofetada de pureza glacial. Respiró hondo, profundamente, llenando sus pulmones hasta quemar, expulsando el tufo a sexo rancio, sangre y desesperación que se le había adherido al alma dentro del antro.
El cielo plomizo de San Petersburgo, las copas nevadas de los abetos, incluso el frío cortante que le mordía las mejillas magulladas, eran un bálsamo después del infierno. Cerró los ojos un instante, saboreando la limpieza relativa, aunque sabía que la mancha de lo que acababa de hacer jamás se lavaría. Era tinta negra vertida en su esencia.
Detrás de él, la pesada puerta metálica del club se cerró con un golpe sordo, sepultando los ecos de la música distorsionada y los gemidos. Viktor Volkov apareció a su lado, su silueta recortada contra la fachada ruinosa del almacén.
El heredero se detuvo, observando el perfil tenso de Gianni, la manera en que sus hombros se alzaban ligeramente con cada inhalación profunda. Una sonrisa burlona, cargada de ci