La luz de la mañana se filtraba suave a través de las ventanas del estudio, bañando en tonos cálidos cada rincón donde Aitana terminaba de preparar las cajas que contenían su nueva línea de esmaltes. Los frascos, alineados con precisión casi reverencial, lucían etiquetas cuidadas, donde no solo aparecían los colores vibrantes, sino también nombres de mujeres reales. Cada nombre, una historia. Cada color es un homenaje.
-Mira, mamá -dijo Ámbar, con ojos brillantes, mientras señalaba un frasco con un delicado coral-. ¿Es mi color?
Aitana dejó la caja y se arrodilló frente a su hija, atrapando esa mirada llena de curiosidad e inocencia.
-Sí, mi amor -respondió con voz suave, pero firme-. Es tu color, porque esta línea es más que esmaltes. Es un espacio para las historias de mujeres que, como tú y yo, tienen nombre, fuerza y un brillo propio.
Había nacido como un proyecto personal, pero pronto tomó una dimensión más profunda. No quería que fueran solo colores bonitos, ni que la línea fuer