El cielo estaba nublado, pero a Aitana le pareció perfecto.
El gris suave de la mañana contrastaba con los colores que salían del interior del nuevo local: paredes en tonos terracota, plantas en cada esquina, muebles de madera reciclada, y una lámpara central que caía como un sol moderno sobre el espacio. Todo olía a nuevo. A limpio. A posibilidad.
Pero lo que más brillaba no estaba dentro, sino afuera.
Aitana se detuvo en la vereda, con las llaves en la mano y el corazón golpeando suave. Respiró hondo. Levantó la mirada.
Ahí estaba.
Su nombre.
"AITANA · Nail Studio", en letras limpias y doradas. Justo encima de la puerta de vidrio. Sin adornos, sin títulos forzados. No era Glow, ni Luna, ni ninguna de esas marcas que vendían brillo sin alma. Era ella. Solo ella. Por fin.
-Mamá -dijo Ámbar a su lado, abriendo los ojos como si viera un monumento-. ¿Ese es tu nombre?
Aitana asintió.
-Sí. Es mío.
La niña sonrió como si fuera también suyo. Y, en cierto modo, lo era.
Dentro del local, todo