Aitana no recordaba la última vez que alguien la había escuchado sin corregirla.
No con paciencia fingida.
No esperando su turno para hablar.
Si no en serio.
Con los ojos atentos y las manos quietas.
Sebastián la escuchaba así.
Y eso era, en partes iguales, un alivio y una amenaza.
Se conocieron semanas antes, en una feria gastronómica local donde Aitana ofrecía manicuras exprés con pigmentos naturales. No tenía muchas expectativas, apenas esperaba cubrir los gastos del stand.
Sebastián tenía un puesto sencillo de comida libanesa. Ni luces, ni altavoz, ni decoración chillona. Solo tres mesas de madera rústica, mantel rojo oscuro y una fila constante de gente que parecía saber exactamente lo que iba a buscar.
Fue Ámbar quien notó algo.
-Ese chef te mira como si fueras parte del menú -murmuró con una media sonrisa.
Aitana soltó una risa nerviosa y negó con la cabeza. Había pasado mucho tiempo desde que se permitía pensar en hombres. Muchísimo desde que alguno parecía mirarla con otra in