El apartamento estaba en completo silencio, solo interrumpido por el suave golpeteo de la lluvia contra los ventanales. Emma hojeaba sin ganas una revista vieja en el sillón mientras Kael hojeaba con una mezcla de desdén y curiosidad uno de los libros de Clara.
—¿Sabías que según esto, los demonios son seres sin alma, ni compasión, ni sentido del humor? —Kael levantó una ceja y miró a Emma—. No me extraña que escriban estas cosas si nunca han compartido un desayuno conmigo.
Emma apenas esbozó una sonrisa.
Clara estaba en la cocina preparando una infusión cuando, de repente, un vaso que sostenía le resbaló de las manos y se estrelló contra el suelo. Emma se levantó de inmediato.
—¡Clara! ¿Estás bien?
Clara se sostenía la frente con una mano. Su rostro estaba pálido, y gotas de sudor frío bajaban por sus sienes.
—Sí... creo que solo me mareé un poco —murmuró, pero su voz sonaba débil.
Kael se acercó rápidamente. Observó a Clara con ojos más críticos, y su expresión divertida desapareció