El viento en el santuario era distinto. No movía el cabello, pero sí calaba los pensamientos. No tenía temperatura, pero cargaba el eco de miles de voces olvidadas.
Clara se acercó a Emma, aún temblando. Su respiración era irregular, y su rostro pálido.
Kael se colocó delante de ambas, con los hombros tensos, como si su cuerpo entero fuera un escudo.
—No se separen de mí —advirtió con voz firme—. Aquí no hay reglas… y lo que habita este lugar no está vivo, pero tampoco muerto.
Emma tragó saliva, aferrándose a su hermana.
—¿Quién más está aquí? —preguntó en un murmullo.
Kael se giró lentamente hacia ella, con los ojos más oscuros que nunca.
—Los que han desafiado al infierno... demonios que fueron traicionados, castigados o d