Durante la última semana, Emma y Daniela se habían dedicado por completo al proyecto en la casa de Salvatore. Cada mañana llegaban temprano, organizaban sus herramientas, revisaban planos y comenzaban a transformar cada rincón de la casa. Emma se encargaba con detalle de restaurar piezas antiguas y de elegir elementos que respetaran el estilo original, mientras que Daniela iba dando forma a la ambientación general: alfombras, texturas, iluminación y disposición de muebles.
Salvatore, fiel a su estilo reservado, no intervenía demasiado durante las horas de trabajo, pero cada vez que pasaba por alguna habitación ya decorada o restaurada, detenía su andar por un instante y observaba en silencio. Había algo en su mirada, una especie de reconocimiento silencioso, como si por fin aquella casa antigua comenzara a tener vida.
Una tarde, mientras Emma colgaba con sumo cuidado un cuadro en una de las paredes principales del pasillo, Salvatore se detuvo a observarla. Daniela, que estaba organiza