7- La vida no es más que un arroyo

Juro que intenté arreglar las cosas con Natalia, pero ella estaba idiotizada con Román, resolví que lo mejor era darle tiempo para que se desencantara de ese idiota, y mientras tanto seguí con mi vida, intentando conseguir más trabajo, porque las cosas empezaron a ponerse aún más feas económicamente. Tuve que olvidarme de mis ahorros para cambiar el celular y darle todo mi dinero a mi madre para que pagara la renta, el inútil de su nuevo esposo había apostado en las carreras todo su sueldo y por supuesto había perdido.

Ya quería largarme de ahí, pero ¿a dónde podía ir? No podía mantenerme sola todavía, como niñera ganaba lo mínimo. Necesitaba conseguir otro trabajo.

Todos los días recibía una foto de Charmander que preguntaba cómo estaba. No puedo negar que me robaba una sonrisa. Nunca era a la misma hora, y la charla nunca pasaba de esos mensajes: “¿cómo estás?” “Bien, ¿tu?” “Mal, quiero vivir contigo ahora”. En esa semana me invitó dos veces a su casa, y ambas tuve que decirle que no, había encontrado un trabajito cuidado una viejita y no podía darme el lujo de rechazarlo con la situación como estaba. 

Una tarde, después de tres días de no tener noticias de Charmander ni de Gabrio, un número desconocido me llamó mientras estaba en casa de la viejita. 

— ¿Paula? Soy Emilia, la mamá de Gabrio…

—  ¿Pasó algo? — Pregunté, exaltada, no sonaba bien. Que me llamara Emilia no podía significar nada positivo.

— Quisiera comentarte una cosita en persona… ¿Dónde podríamos encontrarnos?

Claro que me asusté, y le dije de una cafetería no muy lejana de la casa de la viejita para después de que saliera de ahí.

Me quedé el resto del día temiendo lo peor, le mandé un mensaje a Gabrio preguntándole por Charmander y el mensaje fue enviado pero jamás llegó a destino. Me pregunté por qué no le había escrito antes… me sentía culpable y no sabía de qué.

A la tarde corrí a la cafetería a encontrarme con Emila, ella me esperaba sentada en una mesita cerca de la ventana y me hizo señas en cuanto me vio. 

— Qué alegría verte, Paula. — Me saludó y buscó mis manos sobre la mesa para apretarlas entre las suyas, cálidas, delicadas y perfectamente suaves.

¿Nunca me iba a acostumbrar a la calidez de esa gente?

—  Me dejaste muy preocupada… ¿Gabrio está bien? Le mandé un mensaje pero…

Sacudió la cabeza en una negativa.

—  Gabrio nunca estuvo bien.  — Reconoció.  — No sé si lo sabes, pero… tiene un problema en… — no lo dijo con palabras, se señaló el ojo derecho y yo asentí con la cabeza y ella se relajó un poco. — Desde muy chico que le sucede esto… tratamos todo, los mejores especialistas, nacionales e internacionales, pero no hay nada que se pueda hacer. — Sonrió con tristeza. — No sólo le afecta la visión, le afecta en la vida en general, vimos miles de terapeutas, psicólogos, psiquiatras, chamanes, todo lo que te imagines, pero Gabrio ya está afectado por dentro, es muy inestable, siente que nadie ni nada lo puede ayudar y por eso rechaza toda ayuda.  — Hizo una pausa y llamó al mesero. Pedimos café ambas y me sonrió en cuanto se fue el mesero, y volvió a estrechar mis manos. — Me alegré tanto cuando te vi en casa la primera vez, Gabrio no tiene amigos,  — y en un susurro agregó  — ni siquiera fue a la escuela.  — Lo dijo como si fuera algo realmente grave, casi una vergüenza. — Hizo la escuela en casa, con maestros y tutores, podría llevar una vida normal, pero no quiere, hay algo acá — Se señaló la cabeza. — que está roto en él. Sé que toma drogas, más de las que tiene recetadas, pero la única vez que le dije algo sobre eso se quiso arrancar el ojo derecho con un cuchillo de carnicero. — Sonrió ante mi cara de asombro.  — Por suerte los cuchillos de carnicero son muy largos y difíciles de manejar y erró, solamente se lastimó la piel. 

 Recordé la cicatriz debajo del ojo derecho… eso le había pasado. 

—  Emilia, yo…  — No me dejó seguir hablando.

— Sé que Gabrio es un chico difícil, por no decir imposible, pero cuando está con vos cambia, los días que estuviste en casa con nosotros estuvo dócil ¡hasta comió con nosotros! Parecía menos triste y eso es tan importante para mí…

Creía entender por donde iba el asunto, así que me excusé rápidamente.

—  No soy la novia de Gabrio, lo conocí esa noche en la fiesta y nada más… nunca… — Ella me interrumpió suavemente, con educación

—  Lo sé.  — Gabrio se lo dijo a Enzo y él me lo dijo a mí.  — Lo que yo quisiera es que… me muero de vergüenza de pedirte algo así, pero… ¿podrías pasar más tiempo con Gabrio? 

Me quedé helada, por suerte el mesero nos trajo el café y rompió la tensión.

— Le mandé un mensaje y no me respondió… — Empecé, como excusándome de antemano.

—  No creo que te responda, Gabrio está con un bajón anímico desde hace un par de días, por eso te busqué. No salió de su habitación, no comió, no hizo nada que no sea estar acostado, automedicándose. 

No tuve que esforzarme en imaginarmelo, pude hacerlo fácilmente, eso que ella llamaba “bajón anímico” era lisa y llanamente depresión.

—  Él me pidió que vaya a verlo pero…  — me dio vergüenza admitirlo. — Necesito trabajar.

A Emilia se le iluminó el rostro. 

—  Me alegra que menciones el tema. — Le dio un sorbo al café y se aclaró la garganta.  — ¿Y si te pagara por pasar tiempo con Gabrio? Algo así como un trabajo de acompañante terapéutica. 

Me reí, más que nada porque creí que me estaba haciendo una broma… pero Emilia seguía seria, no estaba bromeando.

— ¿Por qué me pagaría para que pase tiempo con su hijo? — Pregunté, un poco horrorizada.

—  Porque quiero que Gabrio esté bien, que se levante de la cama, que coma, que deje de drogarse tanto… — Parecía tener muchos motivos, pero sólo mencionó esos. — Sé que eres niñera, puedo pagarte el doble de tu tarifa.

Me reí y negué con la cabeza, me parecía una locura.

—  Entonces el triple. 

Emilia estaba muy decidida y mi cabeza hizo la cuenta rápidamente… ¿el triple? Eso era suficiente para…

— No me parece ético hacer algo así a espaldas de Gabrio. — Dije con lo último de dignidad que me quedaba.

— Es por su bien… ¡por el bien de todos!  — Emilia parecía desesperada, incluso sacó su cartera e hizo una cuenta rápida de lo que cobraba una niñera por hora -y yo cobraba mucho menos que eso- y la multiplicó por tres. Luego contó las horas aproximadas que había estado con Gabrio y buscó en su cartera dinero y me dio la suma que había calculado. Emilia estaba realmente desesperada.

— No puedo aceptar…

— Por favor.  — Me suplicó.  — ¿Podrías venir mañana? Va a ser lo mismo que cuidar a un bebé, te lo prometo.  — Emilia iba a llorar, así que tomé el dinero y acepté el trato, me sonrió aliviada.

No se quedó más tiempo, pagó la cuenta y se fue después de darme un sonoro beso en la mejilla. 

Los ricos hacen cualquier cosa con su dinero y yo no era nadie para decir lo contrario.

Me guardé en el bolsillo del pantalón el dinero que olía como al perfume de Emilia y suspiré. Eso era una locura, no importaba desde qué prima se viera... pero ¿qué tan malo era aprovecharse de esa locura para sobrevivir?

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