— ¿Puedo terminar lo que estaba haciendo antes de darte el cien por ciento de mi atención? — me pidió, señalando el monitor apagado.
Asentí con la cabeza y él giró en la silla para encender el monitor. Volvió a calzarse los auriculares y frente a la pantalla apareció algo que fue imposible para mí de discernir si era un juego o si era un trabajo.
Aproveché que estaba plenamente concentrado para estirarme hasta el Charmander en las almohadas. Lo tomé en mis manos y lo abracé.
— Te extrañé. — Le susurré al peluche y le di un beso furtivo en la cabeza.
Me quedé acostada en la cama de Gabrio mientras él estaba pendiente de la pantalla. La habitación de Gabrio era tan grande como la mitad de mi casa, pensé en qué haría si tuviera una habitación tan grande para mí sola, y lo único que podía imaginar era abrir las cortinas y dejar que entrara la luz del sol.
Gabrio terminó unos cuantos minutos después y apagó el monitor. Pero en vez de dirigirse hacia mí, buscó en el cajón del escritorio la pipa metálica y un poco de mota. La encendió sin preámbulo -aunque con su característica parsimonia-, y después de soltar el humo me habló.
— ¿Qué te gustaría hacer?
Ahí sentado, en la penumbra y con la pipa en la boca, parecía un personaje animado de alguna serie tenebrosa.
— ¿Puedo abrir las cortinas? — Pregunté, todavía abrazada a Charmander.
Negó lentamente con la cabeza y dio otra calada a su pipa.
— ¿Vas a llevarte a charmander? — Me preguntó, la voz comenzaba a espesársele producto del humo de la mota.
Esta vez negué yo con la cabeza.
— Es tuyo.
— Sí, pero dice que te extraña. — Se levantó de la silla, encendió otra vez la mota y le dio dos caladas rápidas antes de dejar la pipa en el escritorio. Se acercó a la cama soltando el humo lentamente, parecía estar envuelto en magia. — Anoche me preguntó dónde estabas. — Se recostó en la cama él también, pero bastante alejado, lo suficiente como para darme la libertad de salir corriendo si así lo deseaba. — Le tuve que decir que no sabía, que no habías respondido mi mensaje.
Miré a Charmander, sin dudas no parecía haber hablado.
— Anoche estuve trabajando. — Le dije al peluche, usando el mismo tono que con los gemelos Gonzaga.
— Te dije, Charmander, que seguramente estaba ocupada para no responder el mensaje… — le explicó al peluche. Luego me preguntó directamente a mí de qué trabajaba.
— Soy niñera. — Respondí. — Cuido a gemelos regularmente y de vez en cuando otros niños de la zona.
— Por eso te quedaste conmigo la otra noche. — Resumió Gabrio, como si hubiera descubierto algo que estaba oculto. — Por tu profesionalismo.
Me reí genuinamente.
— No, tenía miedo de que te mueras o algo.
— No voy a volver a consumir tanto. — Me dijo, y lo sentí como una promesa. Fingí indiferencia, pero en realidad me gustó que me lo dijera.
— ¿Y qué vas a estudiar cuando termines la escuela? — Me preguntó Emilia en plena cena. Era una mujer con clase, pero no por eso parecía las típicas estiradas, por el contrario parecía una hippie intelectual. Hubiera querido que mi mamá fuera así como ella, estudiada y refinada, pero super relajada. Mi madre era absolutamente todo lo contrario.
— No lo decidí todavía. — Mentí, en realidad no estaba segura de poder estudiar y sobrevivir económicamente.
— Tienes un don para la gente especial — Dijo refiriéndose a su hijo Gabrio, que inmediatamente le dedicó una mirada asesina mientras Enzo se reía por lo bajo. — Deberías ser acompañante terapéutica o algo así.
No me pareció una mala idea, lo anoté mentalmente para investigarlo después.
Después de la cena lavé los platos a pesar de que Emilia se negó, pero se puso contenta de que pusiera a Gabrio a secar y a Enzo a ordenar.
— ¡Todo un don! — Exclamó antes de desaparecer por la puerta.
Enzo tenía mi edad y Gabrio era dos años mayor. Enzo era la clase de chico simpático y sonriente, de esos con los que nunca podrías enojarte. En sí ambos eran muy diferentes, Enzo tenía el pelo lacio y castaño claro, casi rubio, cuando Gabrio tenía el pelo negro y ensortijado, lo llevaba casi a rape en los costados y en la nuca, y unos centímetros arriba de las orejas le crecían los rizos alborotados. Enzo estaba bronceado ligeramente y Gabrio era pálido como un vampiro. Y si bien no los conocía mucho, podía intuir que sus personalidades eran completamente opuestas.
Terminamos de lavar y acomodar todo y Enzo se fue prácticamente corriendo para que no le de ninguna tarea más. Gabrio abrió un chocolate y me dio la mitad. Era uno de esas marcas tan caras que ni siquiera hacían publicidad. Lo saboreé lentamente, nunca había probado uno, y a pesar de que era muy amargo para mi paladar, me obligué a disfrutarlo.
— ¿Te querés quedar esta noche? — Rompió el silencio Gabrio.
No me esperaba esa propuesta y me reí, segura de que era una broma.
— Tengo que volver a mi casa. — respondí, divertida.
Gabrio pareció desilusionado y me dio ternura, como cuando los gemelos querían que me quedara más tiempo con ellos, jugando o leyéndoles cuentos.
No me quedé más tiempo, no quería volver tan tarde porque sabía que tenía que tomar el bus. No quise que Gabrio me llevara a casa, me despedí de su familia y salí a la calle a respirar el aire perfumado con las flores de verano que adornaban todos los jardines del hermosos barrio residencial en el que vivía Gabrio y su familia. Un barrio sin dudas de altísimo poder adquisitivo al que personas como yo solamente iban a trabajar de servicio doméstico y nada más. Mi nivel de vida no me permitía soñar con una casa así, con piscina, con jardines perfumados, con vidas de ensueño.
Inspiré con fuerza el perfume de los jazmines, iba a llevarme al menos el aroma en mis pulmones acostumbrados a oler moho. Al menos eso.