Sentía la garganta seca, rasposa.
—Todo en esta porquería es de una pésima calidad —Escuché decir a una voz que reconocería hasta en mis peores pesadillas, ya que ha formado parte de ellas—. Las cortinas, el tapiz, las paredes. Se supone que este es considerado el mejor hotel cinco estrellas de la ciudad, pero es una mierda. Hasta mis perros tienen una habitación más lujosa.
Al abrir los ojos me encontré con Connor, de espaldas, mirando por la ventana. Ya no llevaba el saco de vestir, lo que hacía que la camisa blanca que llevaba puesta enmarcara más sus músculos bien tonificados.
Reconocí el lugar de inmediato, ya que yo misma lo había limpiado una y otra vez durante un año. Era la suite del hotel donde trabajaba.
Parpadeé repetidas veces mientras mi cerebro trabajaba a máxima velocidad. Lo último que recordaba era estar en el hospital, resistiéndome para que Connor terminara inyectándome un cálmate. Y ahora estaba aquí, en el mismo hotel donde fui arrestada como una delincu