No importó cuanto le pegué e insulté, no me soltó hasta que estuvimos afuera de aquel horrible lugar. Y ni mencionemos que ninguno de los agentes hizo algo para ayudarme a pesar de mis gritos.
En el estacionamiento, me dejó en el suelo, colocando mi espalda contra un vehículo negro, impecable. Dejé que todo mi peso recayera en el, ya que las fuerzas me fallaban. Lo único que me mantenía con los ojos abiertos, era la amenaza latente de 1,90m ante mí.
—¿Qué me hiciste firmar? ¿Qué contenía ese contrato? —grité.
—Sube —ordenó con calma, como si mis gritos no le afectaran en lo absoluto.
—¡No iré contigo a ningún lado! —Volví a gritar, sintiendo que mi visión se nublaba por un segundo.
—¡Mira cómo estás! ¡Tus labios se están poniendo morados y tus ojos están desenfocados! —Sus manos fueron a mi rostro, tomándolo con firmeza—. ¡Te desmayarás en cualquier momento! Necesito llevarte a un hospital, que te revisen.
Su preocupación me desconcertó, haciéndome tragar saliva, pero apa