Me di el baño de mi vida. Después de estar encerrada en un centro de detención donde veía a las ratas mordisquear los barrotes oxidados, era lo que más necesitaba. En especial, porque necesitaba drenar mi mente, procesar lo ocurrido y pensar en mis futuros movimientos. Y el agua caliente siempre ayudaba con esas tareas.
Una vez que terminé, me coloqué una bata de baño, ya que no tenía nada más. Al salir, un olor cítrico, dulce, salado, especiado, golpeó mi nariz. ¡Comida!
En la mesa del comedor se encontraba una variedad de panes, quesos, frutas, galletas y carnes. Todo fresco y caliente. Se me hizo agua la boca y mi estomago gruñó en respuesta. Miré a todos lados, asegurándome de estar sola.
Ni idea de en qué momento trajeron esto, pero era lo de menos.
Sn pesarlo una vez más, me lancé al ataque, probé todo lo que estaba en la mesa. Ya sabía que ser gula era un pecado, pero el hambre era más fuerte. En especial porque ignoraba la cantidad de tiempo que pasé en ese lugar. No de