El anuncio de Morgan y la bomba que Hywell había dejado caer, resonó en los oídos de Jade. "La visita de Hywell… fue para pedirme… tu mano oficialmente en matrimonio." La frase flotaba en el aire de Los Ángeles, tan incongruente con la violencia de apenas unas semanas atrás como el jardín florecido era con el anterior descuido. Jade se quedó paralizada, su mente luchando por conciliar la imagen del asesino con la del pretendiente.
Morgan, observando la reacción de su hija, la guio suavemente hacia la sala. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas, tiñendo el espacio con un brillo dorado, que no lograba disipar la tensión en el ambiente. Jade se sentó en el sofá, el corazón le latía con fuerza y sentía que no podía respirar.
—Papá… ¿es… es verdad? —preguntó, la voz apenas audible por el sonido de su corazón desbocándose y golpeando frenético su pecho—. ¿Hywell… te pidió mi mano para casarse conmigo?
Morgan asintió, su rostro era serio, pero sus ojos reflejaban una calma que Jade