El amanecer se coló por las ventanas del apartamento, revelando la desolación de Jade.
La excitación de la noche, el ardor persistente en su cuerpo, se había transformado en una inquietud profunda. Robert no había regresado. La soledad era una carga pesada, y con ella, la confusión. Se sentía usada, expuesta, pero también extrañamente electrificada por el duelo silencioso con Hywell Phoenix.
Se arrastró fuera de la cama, el cuerpo pesado, la mente aún enredada en la fantasía de la noche. Se miró al espejo, sus ojos ojerosos, su piel pálida, pero había un brillo febril en su mirada que antes no poseía, al igual que un sonrojo nuevo.
¿Qué me pasa? ¿Por qué mi cuerpo respondió así? ¿Por qué deseé que fuera él?
La pregunta le quemaba el alma. Odiaba a Hywell Phoenix con cada fibra de su ser. Él era su verdugo, el responsable de su infierno, de la desaparición de Nick, de su trauma, pero la realidad era que su presencia, su mirada, el simple hecho de saber que él la observaba, había encend