El eco de sus propias palabras martilleaba en la cabeza de Nick al amanecer. "Lo odio porque él fue quien mató a mi esposa."
La verdad, pronunciada en el silencio polvoriento de la capilla, no lo había liberado del todo. En cambio, se sentía como si hubiera abierto una vieja herida, una que se había negado a cerrar durante años y que ahora supuraba dolor y una renovada sed de venganza.
La liberación había sido fugaz, reemplazada por un frío y pesado asentamiento de la determinación. Ya no era un secreto. Ahora era una misión. El sol apenas se asomaba por las vidrieras rotas de la capilla cuando Nick se levantó, su cuerpo anquilosado por el dolor de la confesión. Sus puños aún apretaban la tierra del suelo, y sus nudillos estaban blancos. Las imágenes acudieron a él, vívidas y crueles, como si hubieran esperado la confesión para liberarse.
La historia de Elara, su esposa, era un fantasma que lo perseguía. No había sido un asesinato a sangre fría, no de la manera convencional. Había sid