—¡Hywell! —Jade exclamó, sacudiéndolo con más fuerza, la desesperación creciendo como una marea en su pecho—. ¡Hywell, despierta! ¡No me puedes dejar!
Apoyó su cabeza en su pecho, buscando un latido, cualquier signo de vida, pero no había nada. Solo el frío, el silencio. El mundo se le vino encima. El aire se volvió irrespirable.
Jade levantó la cabeza, su rostro descompuesto por el dolor, las lágrimas brotando sin control, cayendo a chorros por sus mejillas, mezclándose con la sangre seca en su piel. Miró a Nick, muerto en el suelo, una figura insignificante ahora. Luego, sus ojos volvieron a Hywell, inmóvil, el héroe que había dado su vida por ella, por el futuro que apenas había comenzado a soñar.
El precio de la supervivencia había sido devastador, incalculable.
El eco del último grito de Jade, pidiéndole a Hywell que despertara, se desvaneció en el aire inerte de la habitación. Sus manos, manchadas de sangre, aferraban su camisa mientras el calor de su cuerpo se disipaba. El rost