Después de los ajetreados preparativos de la boda número once, ambos anhelaban el uno al otro con una intensidad palpable. La suite estaba sumida en una penumbra acogedora, las velas danzaban con una luz suave que proyectaba sombras danzarinas por las paredes. La música baja y melódica flotaba en el aire, envolviéndolos en su propia burbuja de deseo y conexión.
La expectativa era un hilo invisible que los unía, una promesa tácita de la profunda entrega que estaban a punto de compartir. Sus miradas se encontraron, una chispa innegable encendiéndose entre ellos. Hywell lamió una vez más y sus ojos oscuros la miraron igual que un depredador a una pequeña presa.
—Esta noche es solo nuestra —susurró, su voz era grave, apenas audible, mientras sus manos se posaban suavemente en la cintura de Jade—. Esta noche eres mi maldita puta personal.
Jade se inclinó hacia él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sus muslos dolían, pero lo quería todo.
—Siempre tuya, Hywell —respondió, sus dedos