El aire en el salón de la casa de la infancia de Jade se volvió denso, casi irrespirable. La vibrante vestimenta hawaiana de Jade, símbolo de su felicidad global, ahora se sentía extrañamente fuera de lugar, un grito silencioso en medio de la abrupta quietud.
Sus ojos, aún abiertos por la sorpresa, se clavaron en la figura de Liam, quien se había puesto de pie, su mirada recorriendo el vestido de flores, deteniéndose en los dos anillos relucientes en el dedo anular de su mano izquierda: el de compromiso, grande y deslumbrante, y el de matrimonio, una banda elegante que lo complementaba. Las palabras "mi esposo" que Jade había gritado segundos antes resonaban ahora en la cabeza de Liam, un eco cruel de una realidad que él aún no podía comprender.
Morgan, su padre, se levantó de su sillón con una lentitud que denotaba la pesadez del momento, su rostro reflejando una mezcla de pena y resignación. Morgan siempre deseó que Jade fuese honesta con el muchacho. De serlo, Liam no hubiera llega