72. En manos de la ley
Roxana
Las calles se difuminaron tras el parabrisas empañado por las lágrimas, por esa rabia que me quemaba al recordar mi súplica en el hospital, cuando aún creí que podíamos reparar lo irreparable. Al pensar en las veces que pudo burlarse de mí con ella, en lo poco que significamos Andrea y yo para él.
Cada silencio, cada sonrisa, cada acto de sumisión, ahora parecían solo una acumulación de tiempo perdido en el que pude ser libre. De haber escuchado a Lucía, a las pocas ocasiones de lucidez de mi padre y a mi propio instinto años atrás… Ahora mi hijo y yo habríamos podido ir con Alessandro y tener lo que siempre anhelamos: respeto, consideración y tal vez amor.
Cuando estacioné frente a la casa de Torretti, el llanto que había contenido durante años brotó en un grito profundo que me sacudió hasta los huesos. Por un momento me arrepentí de no haberme defendido con más fuerza, pero mantener mi dignidad como lo hice, quizás fue lo mejor.
Permanecí en el auto hasta dominar mi respirac