La guerra se transformó en una rutina agotadora. Por el día, el sonido predominante en la aldea era el rítmico "thump... thump... thump" de las palas de madera golpeando la tierra, mezclado con el jadeo de los hombres que trabajaban en el pozo. Por la noche, el silencio era interrumpido por el eco lejano de los cantos de guerra de los Koo Yasi, una táctica de intimidación diseñada para agotar sus mentes tanto como el asedio agotaba sus recursos.
El pozo se convirtió en el corazón y el alma de la aldea. Era una herida abierta en el centro de su hogar, un foso que se tragaba su energía y su tiempo, pero del que todos esperaban que brotara la salvación. Nayra lo supervisaba todo con una atención obsesiva. Dividió a los hombres en tres turnos, asegurándose de que el trabajo nunca se detuviera. Les enseñó a usar vigas de madera para apuntalar las paredes y evitar derrumbes, un concepto de ingeniería que para ellos era tan milagroso como sus semillas de trueno.
Su mente estaba constantement