La tierra del Pueblo de la Serpiente se estaba muriendo. Ocotl, su líder, lo veía cada día. Lo veía en las cosechas de maíz, cada vez más escasas y débiles. Lo veía en los rostros de los niños, con los estómagos hinchados por el hambre. Y lo veía en los ojos de sus guerreros, una frustración que amenazaba con convertirse en desesperación. Eran el pueblo más temido de la región, una serpiente cuya mordedura era letal, pero incluso la serpiente más poderosa muere de hambre si no hay presas.
Los exploradores habían traído noticias de un oasis: el valle de los Yuu Nahual. Un pueblo débil, de cazadores y recolectores que se aferraban a rituales anticuados, sentados sobre la tierra más fértil de las montañas. Para Ocotl, la decisión fue simple, dictada por la ley de la naturaleza. La serpiente fuerte se come al ratón débil. La guerra no era una cuestión de odio, sino de supervivencia.
El plan era sencillo: una demostración de fuerza abrumadora. Enviar un mensaje con el cuerpo mutilado de un