La aldea Yuu Nahual se transformó. El ritmo perezoso de la vida agraria fue reemplazado por la cacofonía febril de la preparación para la guerra. El aire, antes lleno del olor a tierra húmeda y maíz, ahora olía a sudor, a madera recién cortada y al miedo metálico que precedía a la batalla.
Nayra se convirtió en el eje de este nuevo mundo. No gobernaba desde un trono, sino desde el barro y el aserrín. Su pequeña figura era una presencia constante y omnipotente. Con una vara, corregía el ángulo de una estaca en la empalizada, explicando con una paciencia antinatural cómo una ligera inclinación hacia afuera haría casi imposible escalarla. Con un puñado de tierra, les mostraba a los cavadores la consistencia ideal para que el borde de una trampa se desmoronara bajo el peso de un hombre.
Su mente del siglo XXI era un arsenal. Recordaba documentales, libros de historia, principios básicos de física que en este mundo parecían magia. Para mover los troncos más pesados de la empalizada, no us