La noticia de Itzli cayó como una piedra en un pozo profundo, y las ondas de miedo se extendieron por toda la aldea. Los Koo Yasi, el Pueblo de la Serpiente. El nombre era una vieja cicatriz en la memoria de la tribu, sinónimo de incursiones rápidas, crueles y mortales. Eran más numerosos, más sanguinarios, y ahora, estaban cerca.
Se convocó una reunión de emergencia en la choza del consejo. La atmósfera era sofocante, cargada con el olor a miedo y a copal quemado apresuradamente por los ancianos.
Cimatl se puso en el centro, su rostro solemne, su autoridad resurgiendo en la crisis. "Se los advertí", dijo, su voz resonando con el peso de una profecía cumplida. "Ofendieron a los espíritus de la selva con sus nuevas formas, y ahora ellos han llamado a nuestros enemigos. No es con palas y tierra removida como nos defenderemos. Debemos apaciguar a los espíritus. Haremos una ofrenda. Nos esconderemos en las cuevas de la montaña hasta que el peligro pase. Es el camino de los ancestros. Es e