Capítulo treinta y cuatro. ¿Sales con él?

«¿No se ven divinos?»

«¿No se ven divinos?»

«¿No se ven divinos?»

«¡Mierda! ¡Por supuesto que no se miraban bien juntos! ¡Jamás se verían bien juntos!», pensó Oliver, mientras le dedicaba una mirada dura a Lucero.

—¿Qué pasa? ¿Qué dije? —preguntó la muchacha al ver la cara descompuesta del hombre.

—Pues olvidas que Sebastián es el esposo de mi hermana —soltó y jamás aquellas palabras le dejaron un sabor amargo como en ese momento.

—Bueno, tendrás que perdonarme. Pero tu hermana jamás le sido fiel, ¿no lo sabes?

Oliver cerró los ojos con frustración. Al parecer era el único idiota que no se había dado cuenta de la verdad. Se dejó envolver siempre por las cosas que su hermana y madre decían que nunca se atrevió a dudar de ellas, porque pensó que… «Que les importabas»

—Iré a contabilidad —dijo Oliver para alejarse de Lucero y el lugar que había sido su puesto de trabajo durante aquellos seis meses. ¡Seis meses! El tiempo había pasado volando y él ni siquiera se había dado cuenta. Lo que
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