568. JUNTOS Y PERDIDOS
GERÓNIMO:
Miro a Cristal cuando llegamos a la habitación. Todavía no he recuperado la memoria. Sé que es mi esposa y siento que la voy a amar mucho; recuerdo nuestro primer beso, cuando se escapó conmigo, y algunas escenas de sexo. Pero nada más, y eso me entristece, porque veo que ella me adora.
—Cielo, Cielo —la llamo, moviéndola por el hombro suavemente.
—¿Por qué me dices así? —pregunta de inmediato mi esposa con tristeza en la mirada.
—¿No es tu nombre? —pregunto a mi vez sin entender.
—Siempre me has dicho Cielo, no cambies, amor —dice ella con dulzura—. ¿Recuerdas qué es lo que más me gusta que me digas?
Me quedo en silencio, buscando en los rincones más oscuros de mi memoria algo que me conecte con sus palabras, con su mirada llena de esperanza. Pero el vacío sigue ahí, incómodo y cruel. La mente es un arma, me lo repito, y ahora mismo parece estar en mi contra.
—¿Eh? ¿A qué te refieres? —pregunto, tratando de recordar eso que ella quiere que le diga—. Perdóname, q