GERÓNIMO:
La estrecho con fuerza, besando sus lágrimas. La culpa comienza a invadir cada fibra de mi ser. No importa cuánto intente justificarme con mi falta de memoria; el peso de lo que acaba de decir es insoportable.
—Cielo… —intento hablar, pero no encuentro las palabras. —Gerónimo, desde que te conocí, tú siempre has sido mi mayor fuerza. Pero esa fuerza también tiene un precio. Por mucho que me doliera perder a nuestro bebé, no puedo odiarte. Porque… —se detiene, liberando un suspiro quebrado— porque no fue tu culpa. La sostengo con toda mi fuerza mientras le digo que todo estará bien. Pero ella me está mostrando una valentía que solo puedo admirar. Es entonces cuando cruza una memoria por mi mente, como un relámpago: una escena fugaz de sus lágrimas en la montaña. Mi pecho arde de impoten