Su boca caliente atrapa todo mi ser mientras sube mi rodilla a su hombro, sin dejar de sostenerme. No tengo miedo; me sujeto con ambas manos de su cabeza. Intento moverme ante lo que frenéticamente me hace, arrancándome gemidos, pero él me sujeta fuerte de la cintura, impidiendo que lo haga.
—No, mi Cielo, no te muevas —me pide, deteniéndome. Obedezco su orden, cerrando los ojos y concentrándome en sentir. A pesar de estar en medio de la montaña, debajo de una cascada, siento cómo la temperatura de nuestros cuerpos sube. Después de arrancarme otros gemidos y hacerme estremecer al terminar enloquecida en su boca, él sube lentamente, chupando mi cuerpo. Besa mi vientre con delicadeza; a pesar de la calentura que me embarga, siento que titubea al pasar por él. Lo hago seguir subiendo y lo beso con furia. Me responde de la misma manera y luego me pide: —Arrod&iacut