Lentamente, veo cómo asiente. El peso parece aliviarse un poco en sus hombros, aunque no del todo. No es fácil aceptar estas palabras, pero al menos sabe que tiene un pilar en quien apoyarse cuando la oscuridad sea demasiado pesada.

—Gracias, tío. De verdad… gracias —murmura al final, con un tono que deja ver su cansancio, pero también su gratitud.

Me quedo observándolo por un instante, tratando de leer en sus gestos lo que no me dice con palabras. Sé que este camino será largo para él. Es como cargar un reloj de arena que siempre tiene más granos cayendo, y cada decisión que toma parece añadirle más presión.

—¿Por qué no te la llevas a Viena con tus abuelos? Creo que cambiar de ambiente, en cuanto se ponga bien, le hará bien —sugiero, tratando de alejarlo de Roma y que se concentre en su esposa mientras nosotros resolvemos tod