Al escuchar eso, pensé en mi pobre hermano, que toda su vida había estado enamorado de Fiorella, la princesa de los Garibaldi, y ahora resulta que, al parecer, su suegro, el gran capo de ellos, estaba de acuerdo con su relación, a pesar de que éramos enemigos.
—¿Cómo pudo decir eso tu tío, amor? ¿Lo dijo en serio o despreciaba a mi hermano? —pregunté con seriedad. —No te pongas así, Cielo —intervino al instante Gerónimo—. Mi tío Fabrizio siempre supo que Maximiliano amaba de verdad a su hija. Todos lo sabíamos y lo odiábamos porque, de tan estúpido, en vez de enamorarla, la trataba mal. —¿Y por qué no los dejaron casarse? —pregunté, molesta—. ¡Hicieron sufrir a mi hermano mucho! —Fue mala suerte. Tu hermano se portaba muy mal con Fiore —sigui&oacu