Cristal está sentada, todavía cubierta de polvo, con la mano de Gerónimo entre las suyas, mientras lo observa expectante. No se ha dormido; a cada rato toca su arma y se asegura de que estén cuidando la habitación. Ha cerrado bien las cortinas y evita acercarse a la ventana. Se mantiene alerta, hasta que lo ve abrir los ojos.
—¿Cielo? —la escucha llamarlo con voz débil.—Sí, amor, soy yo. Soy yo —responde Cristal, corriendo a su lado—. ¿Cómo te sientes?—Parece que me pasó un tren por encima —responde Gerónimo y sonríe tenuemente al verla, pero de inmediato se pone serio y pregunta—: ¿Estás bien, cariño? ¿Dónde están todos?—Yo estoy bien —asegura ella y lo besa emocionada—. Toda tu familia está allá afuera.—¿Mi hermano, mi papá