Cristal observó a Gerónimo con un brillo curioso en sus ojos, esa chispa que solo él lograba encender. Era su refugio en medio del caos, el único lugar donde sus almas coincidían sin reservas, entre secretos compartidos y perspectivas no dichas.
—Aunque no pueda moverme mucho, tus besos siempre han sido la mejor medicina —respondió Gerónimo con picardía, dejando escapar una risotada que resonó cálidamente en la habitación.Cristal hizo una pausa, mirándolo con una mezcla peculiar de afecto y determinación, antes de dejar que la seriedad tiñera sus palabras.—Sí, amor, lo celebraremos a lo grande. Pero ahora mantente calmado, tu corazón no puede agitarse —planteó, mordiéndose suavemente el labio inferior, un tic que a menudo revelaba su preocupación más profunda—. Haré todo lo que quieras despu&