362. CONTINUACIÓN
Los cuatro se encierran en la casa secreta de Gerónimo y Guido, en la que Cristal tiene muy buenos recuerdos; la primera noche, ambas parejas la pasaron muy bien. Pero ni Cristal ni Cecil imaginaban lo que les esperaba en los siguientes días.
—Hoy no habrá risas, Cielo mío —le advirtió Gerónimo mientras ajustaba las vendas en sus propias manos. Su mirada era firme, pero en su interior, cada fibra de su ser deseaba no tener que hacerlo.
Fueron sometidas a un intenso entrenamiento en el sexo brutal y en las torturas físicas y psicológicas, más allá de la imaginación. Guido y Gerónimo, a veces, querían flaquear, pero el bisabuelo no se los permitía. Ellos habían sido entrenados desde niños; todos los Garibaldi pasaban por eso. Pero verlas a ellas, ensangrentadas, suplicándoles o insultándolos, les partía el corazón. Y ese era, precisamente, el entrenamiento que debían soportar.
—Pero bisabuelo, ¿no cree que se le haya ido la mano con ellas? —protestó Guido, mirando a su amada sufrir.
—Gu