Los recuerdos de la traición seguían frescos en la mente de Yiorgo. Recordó vívidamente lo que le dijeron del rostro de su hija Agapy, congelada por el horror y la proximidad de la muerte aquel día. Mientras sus pensamientos oscilaban entre los ecos del pasado y el traicionero presente, Evripídes luchaba por mantener su compostura.
El teléfono de El Greco sonó en ese momento. Lo tomó y era Stavri, avisándole que Maximiliano había despertado. Terminó la llamada y se giró hacia Anastasio.—¿Está el horno listo? —preguntó a los Garibaldi—. Métanlos en él vivos; ya no me sirven.—¿Vivos? —preguntaron los hombres.—¡Espera, Yiorgo, espera! Si te digo quién es el responsable de la muerte de los padres de los Garibaldi, ¿nos perdonarás la vida? ¡Me iré a Grecia y j