Por un momento, las dos mujeres quedaron frente a frente, encerradas en una especie de campo de batalla emocional donde las heridas del pasado eran las únicas protagonistas.
—¡Ustedes siempre la prefirieron a ella por ser una santurrona! —gritó, desesperada, al ver que su madre no cedía.—Sabes muy bien que eso que dices de ella no es cierto. Mientras tú nos obligabas a comprarte ropas carísimas, ella se conformaba con cualquier cosa. Nunca sintió vergüenza de sus padres —la enfrentó con renovada energía la anciana—. Te fuiste de la casa y te casaste con el padre de tu hija, a pesar de que nos cansamos de advertirte que no servía. La abandonaste también a ella a su suerte. ¿La fuiste a ver?—¡Yo solo tengo dos hijos varones! —gritó, desesperada, ante la mirada acusadora de su madre—. No nos vamos a ente