Gerónimo observó cómo Salvador, usualmente el más seguro de los dos, se debatía con el peso invisible de sus recuerdos. Entendía bien ese miedo atávico a revivir lo que tanto daño había causado. Y aunque los dos caminaban por senderos marcados por cicatrices, cada uno arrastraba su propia cadena de infortunios.
—Sabes que Asiri te ama y entiende más de lo que dices —se aventuró a decir Gerónimo—. Pero tal vez llega un momento en el que compartir la carga es la única manera de aliviarla. Creo que Asiri lo aceptaría; ya sabes cómo es ella. No tienes que tener miedo. Ahora tienes una gran familia, Salvi; nos cuidamos entre todos.Salvador asintió, mostrando un destello de debilidad que rara vez permitía que alguien viera. Los secretos de su pasado, entretejidos en su ser como las fibras de una cuerda flotante, amenazaban con desatarse si se