El silencio entre ellos fue cortado por el grito de Guido, incapaz de contener su frustración.
—¡Tenías que habérmelo dicho, Cecil! —exclamó, sus ojos ardiendo con una mezcla de furia y dolor—. ¿Y papá también lo sabe? Cecil negó con la cabeza y comenzó a frotarse las manos, como si buscara consuelo en un gesto inútil. —No, tu papá no sabe nada. Tu mamá nos prometió que no se lo diría a él —contestó Cecil—. Se asombró cuando mis padres le pidieron irse de la casa. Hasta le dio una tremenda cantidad de dinero para que compráramos una casa y montáramos un pequeño negocio. Guido se puso de pie nuevamente, caminando de un lado a otro como una bestia enjaulada. Una ola de recuerdos lo golpeó de inmediato: las veces que su madre había manipulado sitGuido asintió lentamente, manteniendo su mirada fija en la de Cecil. Las emociones lo abrumaban, entrelazando amor, confusión y una rabia silenciosa hacia todo lo que les había hecho sufrir. En el fondo, sabía que no podía continuar huyendo de la verdad. Algo estaba claro: lo que sucedía entre ellos iba mucho más allá de sus propios sentimientos.—Sí, te creo, Cecil. Crecimos juntos —dijo finalmente, sin soltar sus manos, apretándolas como si temiera perderla de nuevo—. Sé que no inventarías una historia como esta. Pero ahora necesito saber algo… ¿Quién es el hombre que mencionaste? ¿Quién te robó de mí? ¿Es por eso que me pides perdón?Cecil bajó la mirada brevemente, mordiéndose el interior del labio al saber que tenía que responder esa pregunta inevitable.—No es por eso
Cristal lo observó por un momento. Tras pensarlo un poco, asintió. Habían pasado muchos días encerrados, y ver a otras personas les vendría bien. Además, la idea de conocer a toda la familia de su esposo de una vez la llenaba de curiosidad. Lo ayudó a ponerse de pie, a colocarse con cuidado la camisa, le peinó el cabello y, cuando estaban a punto de salir, la puerta se abrió y apareció Vicencio.—Buenos días —saludó con una leve inclinación de cabeza—. Gerónimo, ¿puedo hablar a solas contigo un momento? Es urgente.—Cielo, espérame allí al inicio de la escalera. Ya voy —aceptó Gerónimo—. O, si prefieres, baja y busca a Coral.—No, mejor te esperaré —dijo Cristal, que no quería enfrentar a todos los Garibaldi sin su esposo.Gerónimo observó con curiosidad el
Después de subir a su apartamento, Maximiliano sigue el consejo de Vicencio y solicita una cuidadora. Le informan que llegará en media hora. Con rapidez, deja la cesta con el bebé sobre la cama y entra al baño, apresurándose a terminar su ducha lo antes posible. Sin embargo, el llanto del bebé interrumpe el momentáneo silencio. Piensa en salir, pero al notar que el pequeño se calma, decide continuar su baño.Cuando finalmente termina, sale envuelto en una toalla, frotándose el cabello con otra. Al llegar al cuarto, el corazón le da un vuelco: la cesta ha desaparecido de la cama. Se detiene por un instante, confundido, y rápidamente se precipita hacia el salón.Allí, el panorama lo deja atónito. Su madre, Stavri, está de pie, con el bebé en brazos, arrullándolo con una sonrisa cálida y sincera que hacía mucho no veía en su rostro
Sin dar más vueltas al tema, Yiorgo adopta un tono aún más serio y añade con firmeza:—Hijo, yo también vine para hablar de la situación que tenemos con Eurípides.Maximiliano asiente, como si ya lo esperara. Se recarga ligeramente en el respaldo de su silla mientras entrelaza sus manos, mostrando que está listo para abordar el tema.—Sí, lo sé. Mis hombres me han informado que una gran mayoría está de su parte y que Luciano está perdido —explica, entrando de lleno en aquellas conversaciones de la mafia que Stavri intenta ignorar mientras sigue entretenida acunando al bebé.—Pero casi estoy seguro de que fue a esconderse con su madre —añade Maximiliano, marcando un punto crucial en su argumento.—Luciano siempre ha sido un cobarde —dice con desprecio. Luego agrega—: Pero Eurípides no. Ese hombre es pe
Gerónimo descendió, con la ayuda de su esposa, hasta el salón donde ya se había reunido la mayoría de la familia. Todos los visitantes se agolpaban al pie de la escalera, y los bisabuelos fueron los primeros en adelantarse.—Hijo, gracias a Dios que estás bien —dijo la abuela, abrazándolo con delicadeza.—No fue nada, abuela, estoy bien —respondió Gerónimo con una sonrisa, dejándose abrazar.—Hijo, ¿cómo dejaste que te metieran ese tiro? No te entrené para que te hirieran así —murmuró el bisabuelo en tono de reproche; sin embargo, también se le acercó y lo estrechó entre sus brazos con cuidado, dándole un beso en cada mejilla.Gerónimo se sentía muy feliz de verlos allí. Apenas salían de su hacienda, y esa ocasión lo habían hecho solo para vi
Maximiliano apretó la mandíbula, cada vez más consciente de la situación. Todavía no estaba seguro de quiénes estaban con él.—¿Están en el club? Muy bien. Ponme un momento con René —pidió, precisando asegurarse de que lo dicho era cierto.Podía escuchar cómo Fenicio llamaba a René, mientras de fondo se colaban fragmentos de música del club, confirmando la ubicación.—Dígame, jefe —se hizo presente la voz de René al otro lado de la llamada.—René, ¿cuántos de mis hombres hay ahí? —preguntó sin apartar la vista de la mirilla que le servía para mantener vigilados a los hombres frente a su puerta.René le confirmó que casi todos estaban allí, excepto el segundo al mando. Satisfecho con la información, pidió que l
Coral suspiró y se alejó un poco, como si necesitara espacio para cargar la verdad de sus palabras.—¿Sabes lo que eso significa? —le dijo mientras caminaba hacia el ventanal, subiéndose las mangas de su camisa con ciertos nervios—. Soy muy celosa, posesiva e insegura. Tengo un montón de fobias y problemas que tú apenas conoces, y lo que conoces es solo el comienzo. Sin contar a los enemigos, que no son pocos. ¿De verdad podrás cargar con eso?Maximiliano la observó con la cautela de quien mide cada palabra antes de hablar. Dio un paso decidido hacia ella y respondió:—Thea mu, sabes perfectamente que mi corazón no es libre aún —admitió, con una honestidad que endurecía sus facciones—. Pero me he dado cuenta de algo que no puedo ignorar: no quiero que nadie más te tenga. De solo imaginarlo, algo en mí se descontrola.
Mientras en la casa del doctor Rossi todos estaban sentados alrededor de la mesa, disfrutando de la comida y conversando entre ellos, el ambiente se llenaba de un bullicio agradable y familiar. Sin embargo, el aire pareció romperse cuando, de repente, apareció en el umbral de la puerta una figura imponente. Giovanni Garibaldi, el padre de Gerónimo, hizo acto de presencia con su porte altivo y un halo de autoridad que cubría toda la sala. Tan pronto como su figura se hizo visible, el salón cayó en un sepulcral silencio.—¡Gerónimo! —exclamó aliviado en cuanto su mirada se posó en su hijo. No tardó en desviar la vista hacia Cristal, la esposa de su hijo, con una expresión difícil de descifrar.Rosa, que había entrado rápidamente detrás de él, no pudo contener un grito de asombro al notar la presencia de Cristal.—¡Cristal&he